Ens feim ressò d'un article d'AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA (un dels ponents del II Congrés per a l'Evangelització: educam, del passat 7 de novembre) on tracta les diverses maneres d'entendre l'assignatura de Religió al sistema educatiu. L'article està extret de la web http://www.unomasdoce.com
Tres modelos de espacio público educativo
Uno de los temas centrales de la campaña electoral que estamos a punto de
comenzar será el educativo. Mientras los partidos terminan de perfilar sus
propuestas y toman sus posiciones para mantener, reformar o derribar la LOMCE,
Pedro Sánchez ha tomado la iniciativa proponiendo sacar la religión del sistema
educativo y anunciando que quiere modificar los acuerdos con la Iglesia
Católica para conseguir una España laica. Aunque otros compañeros de partido
han matizado la propuesta, en la comunidad educativa ha emergido, como un
Guadiana electoral, la religión como arma arrojadiza en el debate político.
Aunque algunos no se lo crean, fue un problema difícil durante el
franquismo porque las posiciones de algunos ministros muy católicos del régimen
no coincidían con las posiciones de los prelados muy fieles a la doctrina de la
Iglesia. Quiénes conozcan la correspondencia cruzada entre Joaquín Ruíz
Jiménez, a la sazón Ministro de Educación, y Marcelino Olaechea, por entonces
Arzobispo de Valencia, sabrán que la propuesta socialista no es nueva. También
fue un problema difícil durante la transición y prueba de ello fue la salomónica
decisión con la que se obligó a los católicos a vivir con el corazón partido.
En 1979 se modificó la Ley General de Educación para que los creyentes tuvieran
que elegir forzosamente entre Ética y Religión. Apareció entonces el sambenito
de “la alternativa”, como si la formación para ejercer la ciudadanía y para
madurar razonablemente las creencias religiosas fueran itinerarios
alternativos.
Como el problema no se solucionó bien, cuando Zapatero propuso la LOE con
la Educación para la Ciudadanía, el problema se agravó. No se complicó
únicamente por cuestiones antropológicas relacionadas con la dosis de laicismo
que la propuesta suponía, sino por la situación laboral de los profesores de
Religión y la progresiva depreciación del Área de Religión. Si añadimos la
discrecionalidad de las autonomías para administrar con desgana la integración
del Área en el sistema, el panorama no puede ser más desolador. En los centros
de titularidad pública hay muy pocas autoridades convencidas del valor de esta
área en el sistema educativo; distribuyen las horas y respetan la materia con
poca convicción pedagógica, lo hacen únicamente por imperativo legal.
El nuevo parlamento debería afrontar con seriedad académica y garantías
jurídicas la enseñanza de la Religión en el conjunto del sistema educativo. En
lugar de utilizar lemas decimonónicos (escuela única, pública y laica)
deberíamos utilizar argumentos públicos para civilizar controversias y plantear
el debate en los términos que requieren sociedades abiertas, democracias avanzadas
y escuelas inclusivas. Es importante una visión más lúcida que integre a todos
los miembros de la comunidad educativa, es decir, que integre a familias,
maestros, vecinos, medios de comunicación, expertos y, en general, todos los
protagonistas del vulnerable y complejo espacio público educativo global. Para
ello propongo tres modelos que nos pueden ayudar a clarificar posiciones.
En las tradiciones liberales y socialdemócratas hay un presupuesto básico
que apareció en el 2005 cuando la Comisión Stasi reguló el uso de los símbolos
religiosos en la escuela francesa, en el año 2006 cuando Habermas y Ratzinger
conversaron sobre la secularización en la era de la globalización y en el año
2007 cuando Charles Taylor publica La Edad secular, su monumental obra sobre la
secularización: el principio de laicidad positiva. ¿Cómo gestionarla?
a.- El primer modelo la interpreta desde la nostalgia de un régimen
confesional, es decir, identificando el espacio público educativo con una
confesión religiosa mayoritaria que tiende a patrimonializar la dirección,
gestión y administración de la educación. No se atribuye carácter positivo a la
condición de imparcialidad o neutralidad de las administraciones públicas
porque representan una determinada mayoría social y religiosa. Hay una
resignación ante lo que significa la modernidad y una minusvaloración
epistemológica del pluralismo, sobre todo porque no supone un compromiso
explícito con la verdad explícita de la que son portadoras las creencias
religiosas. Resignados ante sociedades pluralistas no nos queda más remedio que
aceptar la laicidad, aunque sea como laicidad depreciada.
b.- Una segunda interpretación recibiría el nombre de laicidad beligerante.
Es la posición que con mayor claridad aparece en las propuestas laicistas. En
lugar de separar estado y sociedad, poder político y comunidad nacional, esta
posición reclama el poder administrativo del estado para imponer a la sociedad
un determinado modelo de comunidad educativa. En lugar de plantear un espacio
público educativo abierto donde escuela y familias colaboran, construye un
espacio público educativo de espaldas a las familias. La escuela es el espacio
de una moral pública luminosa construida desde la ciencia, la razón, la ley y
la justicia. La familia es el espacio oscuro de una moral privada construida
desde el mito, la magia y el capricho. Se confunde el espacio público con el
espacio político-administrativo y se minusvalora la moral pública de las
familias, sobre todo cuando no coincide con la moral política de los
representantes político-administrativos.
c.- Para promover una laicidad positiva tenemos que estar convencidos de
dos cosas: primero que el Área de Religión tiene un valor formativo tan
importante como el resto y segundo, que el espacio público educativo es una
oportunidad privilegiada para la civilización de las confesiones religiosas. Es
un espacio privilegiado para plantear la razonabilidad de las confesiones y
promover unos mínimos compartidos de ciudadanía común. Un modelo complejo
avalado por uno de los valores fundamentales de nuestra constitución: el
pluralismo.
Para saber más:
Ciudadanía activa y
religión. Fuentes pre-políticas de la ética democrática. Encuentro, Madrid,
2012, 2ª ed.
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